La tarea más difícil (Consuelo Corradi)

 

El virus ha afectado a las regiones del norte de Italia y, en particular, a Lombardía, donde se registran más de la mitad de los casos. Aquí los brotes del virus fueron los hospitales (en particular el servicio de urgencias) y las residencias de ancianos. A mitad de febrero en estas instalaciones se mezclaron enfermos sin síntomas, otros con síntomas y personas sanas sin protección ni distanciamiento. Han sido muchas bombas pequeñas, que han explotado inconscientemente, que han infectado a la población sana. Un mes después se hizo evidente que los ancianos son particularmente vulnerables y deben ser aislados para protegerlos. Demasiado tarde se han aislado las pequeñas ciudades del Norte, donde la red de relaciones sociales es muy estrecha. Demasiado tarde se ha admitido que las máscaras no son solo para los enfermos, sino también para los sanos. Hasta hace un mes, no se fabricaban máscaras de protección en mi país; se prefería importarlas del extranjero porque eran demasiado baratas para ser fabricadas por nuestros trabajadores.

Pero a pesar de estos retrasos, que han causado muchas víctimas, Italia tiene un modelo de acción positivo: es el primer país europeo y el primer país en el mundo con verdadera democracia que ha tomado la decisión del cierre y confinamiento, incluso frente a un grupo de expertos que estaban en contra. Durante algunas semanas, ningún país europeo siguió este ejemplo, pensando que el virus era un problema local. Como sabemos hoy, la pandemia es un fenómeno mundial que se ha extendido por todo el planeta a la velocidad del rayo, pero las políticas para combatirla son nacionales y, por lo tanto, insuficientes: llegan tarde y de manera descoordinada.

¿Cuánto tiempo durará esta coyuntura y cómo será nuestra vida ‘durante’ y ‘después’ del virus? Los expertos (por cierto, ¿hay expertos para una enfermedad desconocida hasta hace dos meses?) admiten que llevará al menos un año poner una vacuna en distribución. Hasta entonces todos permaneceremos en estado de alerta. No nos daremos la mano con los amigos. Tendremos miedo de acercarnos a los demás. Los contactos físicos disminuirán y los virtuales aumentarán. La máscara y los guantes serán prendas de vestir diarias. Haremos cola para entrar en los lugares necesarios de la vida cotidiana, como el mercado, la farmacia, el banco, la peluquería. En un mundo caracterizado por la sobreabundancia de todo, tendremos que esperar y protegernos, para tener lo indispensable. Las escuelas y universidades italianas no volverán a funcionar hasta septiembre. Las lecciones y los exámenes de fin de año se realizarán ‘en línea’. Después de las vacaciones de Semana Santa, algunas empresas comenzarán a reabrir sus actividades, gradualmente y a partir de las regiones menos afectadas.

¿Y ‘después’ del virus? Este período de dificultades debe hacernos planear un nuevo futuro. Todos necesitamos una Europa menos árida, capaz de escribir una nueva página en su historia y no solo preocupada de sanear las cuentas. Necesitamos coordinación sanitaria entre los Estados de la Unión, programas de solidaridad (no de caridad) hacia los países afectados y programas de investigación científica bien financiados y de amplio alcance. En el ‘después’, el verdadero problema de esta guerra contra un enemigo invisible es que no habrá escombros, ni casas, ni escuelas, ni edificios que reconstruir en el sentido literal. Pero tendremos la tarea, tal vez más difícil, de elegir los objetivos a partir de los cuales reconstruir y recomponer el tejido de confianza y de interrelaciones del que están hechas nuestras sociedades, que deben ser pensadas y vividas como partes de un mundo global que ofrece inmensas oportunidades y algunos riesgos mortales.

 

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